lunes, 30 de marzo de 2009

Historia de una Ciudad.


Esta historia comenzó hace algún tiempo, o quizás dentro de unos cuantos años, eso no importa realmente.


Una ciudad, vieja como la mayoría, aunque joven según el tiempo con el que ellas miden sus propios años, estaba perdiendo su corazón. Es un hecho comprobado que las ciudades tiene su propio ritmo interior y que existen en un plano que la gente no consigue comprender. Pero esta ciudad se estaba muriendo poco a poco.


Lentamente los habitantes de la urbe habían dejado de creen en la magia que esta tenia, y que la hacia sobrevivir. La ciudad había contraído una curiosa enfermedad, sus habitantes habían dejado de verla. No en el sentido físico de la palabra, sino que ya no se fijaban en lo que ella se esforzaba por ofrecerles. La gente que vivía en ella simplemente pasaba el tiempo de un lado para otro, pero sin contemplar la esencia de la ciudad. Y eso la estaba destruyendo.


Ella trato de despertarlos de una manera desesperada. Durante la noche, apartaba las nubes para que sus pequeños inquilinos pudiesen contemplar las estrellas, pero a ellos las estrellas no les interesaban y colocaron focos por toda la ciudad. La luz de estas falsas estrellas hizo palidecer el cielo, y durante la noche solo se veía una especie de niebla blanquecina formada por las gotas de lluvia al encontrarse con la luz de las farolas.


Pero la ciudad no se rindió, durante el día, cuando las luces de las farolas se apagaban, quiso mostrarles el cielo azul, postrar ante ellos el amanecer en todo su esplendor y el prometedor anochecer. Tampoco esto impresionó a los habitantes, que levantaron edificios tan altos que desde las calles apenas se veía una pequeña porción de cielo.


Poco a poco, la gente fue cayendo en una especie de letargo. Seguían funcionando, iban al trabajo, caminaban por sus aceras, vivían en la ciudad, pero no con ella. Como un rumor que no se sabe bien donde empieza, el hastío y la apatía se fueron propagando por la gente. Los habitantes habían perdido la capacidad de soñar. Ellos dormían como el resto del mundo, pero sus sueños eran negros, sin el menor rastro de felicidad. Ya nadie se saludaba, ni sonreían al cruzarse con otros, ni se dejaban sorprender por las pequeñas cosas que la ciudad les ofrecía. La ciudad seguía muriendo poco a poco.


Una noche, la ciudad junto todas sus fuerzas y creo un majestuoso río que cruzaba de un extremo a otro sus tierras. Era algo realmente hermoso, la luz del sol crearía destellos únicos en sus pequeñas corrientes. Y para hacerlo mas atractivo lo pobló de vida, pequeños peces de colores se movían graciosamente bajo sus aguas. Por la mañana la gente de la ciudad se despertó como habían hecho siempre, pero esta vez, la ciudad contenía el aliento, esperando la sorpresa que mostrarían al ver el río. Pero no fue así. El hastío que reinaba en la ciudad no permitía a sus habitantes creen en esas cosas y pronto racionalizaron la creación del río y asumieron que siempre había estado allí, simplemente no se habían fijado. Aquel día llovió intensamente, quizás por la llegada del invierno, o quizás no.


Tras el fracaso del río, a la ciudad no le quedaban muchas fuerzas. Así que replegó su espíritu hacia el interior y se quedo allí. En el centro de la ciudad. Contemplando los viejos edificios donde habían vivido, hacia ya mucho tiempo, personas que si sabían contemplar la ciudad. Y en esos pequeños rincones espera la llegada de algo que cambie las cosas, algo que vuelva a hacer a la gente soñar.


Sobrevive de la ilusión de unos pocos, que se descubren ante pequeños regalos que ella deja por donde pasa. Quizás algo tan pequeño como la hoja de un árbol cayendo en el momento preciso sobre el lugar indicado. O tal vez, apagando una farola para dar cierta privacidad a una joven pajera que pasea por sus calles desiertas mientras contemplan el río.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Una de marcianos



Cuando Philip. K. Dick. Escribió “sueñan los androides con ovejas eléctricas” o lo que no es lo mismo pero sigue siendo igual “Do Androids Dream of Electric Sheep?” Y lo que no dejó de ser distinto a todo lo demás, se convirtió en “Blade Runner”, abrió y cerró una de las páginas más memorables de la literatura de ciencia ficción. Así como una de las cintas más importantes del cine moderno. De la mano de Ridley Scott, toda esta ciencia se convirtió en ficción y toda esa ficción, se convirtió en una ciencia demasiado exacta como para no ser verdad. Dicho lo cual, volvamos al futuro viniendo del pasado. Comencemos en 1968, donde se creó la novela, basada en Los Ángeles de 1992. Para volver al 1982, en la misma Los Ángeles, esta vez, real, donde se estrena Blade Runner, basada en la ciudad que ya hemos mencionado, pero en el ficticio 2021. Y ahora, después de todo esto, sólo les recuerdo que 2009 sigue entre nosotros. ¿Ha cambiado algo desde aquello? Lo dudo. Las cabriolas, dirían algunos, no te sacarán del camino, sólo te harán tropezar y las hojas del calendario no saben de esperar. Así que, año arriba, año abajo, poco importa. Como tampoco importa, que varias generaciones le regalaran dos horas de su vida a una cinta de 35mm, a un video beta, a un VHS, a un Laser Disc o a un DVD. Una película, que con más de dieciocho años, aún no se ha ido de casa.

Pero hagamos un esfuerzo. Larguémonos del hogar. Y empecemos por el comienzo. Rick Deckar. Un Blade Runner retirado del servicio. Un policía de la vieja escuela que se ocupaba de sacar de la circulación a los androides que se revelaban contra la autoridad, más conocidos éstos, por replicantes. En un futuro incierto donde la tecnología genética evoluciona hacia los intereses humanos, el mundo se ve sumido en la necesidad de crear autómatas que se ocupen de los trabajos más pesados. Una generación de replicantes al servicio del hombre, facilitando así, una vida más tranquila y alejada de los trabajos forzados. La encargada de todos éstos procesos de fabricación es la Tyrell Corporation. Donde el propio Tyrell es el Dios de los androides.

Hasta aquí todo está claro. El mundo conocido ha cambiado, pero la condición humana continúa constante como viene siendo habitual desde el principio de los tiempos. Las máquinas como tales, son programadas para diversas funciones. Pero siempre han de vivir fieles y sumisas. Es en este momento cuando varios androides de la resistencia, toman conciencia de su propia vida. De su propia existencia. De su origen. Funciones, virtudes, defectos y manías impropias del género tan inverosímil hasta el momento al que pertenecían. Roy Batty, en opinión de un servidor, uno de los mejores villanos del cine, incia esa búsqueda vital tan antagónica a la mecánica y a los circuitos cerrados. Junto a sus compañeros, otro replicantes, que sólo buscan escapar de sus cadenas que irremisiblemente los unen a los humanos.

Teniendo ya el tablero de ajedrez, la ciudad de los Ángeles, las piezas blancas, nuestro Blade Runner y las fichas negras, Roy Batty y compañía, y un jaque sobre la mesa a blancas, en forma de asesinato a un miembro de la policía, sólo queda esperar el próximo turno. Bien podía haberse escogido otra denominación de colores para ámbas partes de la partida, si se me permite la redundancia, pero ¿acaso cambiaría en algo? Rey es Rey, y poco importa el color de su bandera. Y el nuestro, porque no nos dejan escoger, permanece impasible junto a sus dos torres.

Muy en la línea del cine negro y la acción, todo se resume en peones y caballos, alfiles y torres, rodeando el tablero, fuera de esos límites esperando una nueva jugada. Y a pocos turnos del jaque mate que termina con todo. Una dama, también replicante, acerca las posturas. Rick Deckar ya no lo tiene tan claro. Se ha enamorado de un enemigo feroz. Pero las guerras son imprevisibles. El Nexus-6, no es replicante sencillo. Hay sentimientos y esperanzas y las limitaciones de vida a cuatro años no parecen suficientes. Los recuerdos insertados, las vivencias de la infancia, los dolores y desasosiegos pasados, conforman algo hasta ahora poco común más allá del génesis humano. Huir o quedarse. Matar a la propia sangre quizás no sea tan buena idea aunque algunos lo llamen “retiro”. No quisiera yo fastidiarles el final que hace tantos años hizo iluminar una sala de cine mostrando las caras de un público atónito.

No dejen de proyectarse este clásico. No lo olviden. Siempre hay una carretera asfaltada aunque todos los vehículos vuelen. Y sino, aparece un ser extraño y te dice todo lo que no quieres oír pero necesitas saber: "Lástima que ella no pueda vivir, pero ¿quién vive?"

25 – III - 2009

David Orea: desde el espacio interior.

lunes, 23 de marzo de 2009

Clint y Estados Unidos frente al espejo


Escribe: Roberto.

Imaginaos al protagonista de "Por un puñado de dólares", o de "El bueno el feo y el malo", o de "La muerte tenía un precio"; o a Harry el Sucio, o a Munny, el pistolero de "Sin Perdón". A cualquiera de ellos o, mejor, a todos ellos que vienen a ser el mismo. Imaginaos a ese vaquero sanguinario y sin escrúpulos 40 años más tarde. Retirado en un barrio residencial de algún lugar de Estados Unidos que se ha llenado de inmigrantes. Habituado a la intolerancia, asediado por la mala salud, por la incomunicación con sus hijos y por la culpa.

Eso es Gran Torino. La redención de Clint Eastwood y de su papel fundamental en un cierto cine (norte) americano, violento y de valores primitivos. Y si casi podemos decir que el cine (norte)americano es (norte)América, Gran Torino es, por extensión, la redención de los Estados Unidos. La toma de conciencia de un país de que, como ya advertía Dylan hace años, los tiempos han cambiado. El anterior juego se ha agotado y los viejos jugadores deben dejar paso a los nuevos (también en el propio cine), aunque sean "amarillos", porque esos "amarillos" son los nuevos americanos.

Ir a ver Gran Torino es ir a ver el último acto heroico de Clint (de hecho es su última película como actor), su último afeitado con cuchilla, su última tentación. Pero de un Clint ya anciano y cercano a la muerte y, por lo tanto, cansado y con menos brío del habitual (de lo que adolece la narración), pero tremendamente sabio, profundo, inesperado y moral.

Ir a ver Gran Torino es ir a ver la situación de un país, mejor dicho, de un Imperio, en medio de un cambio radical. De un coche grande y viejo que necesita de un nuevo conductor, ya sea asiático (y ficticio), ya sea negro (y real), para salir de la oscuridad de un aparcamiento y volver al camino del mar y de la libertad.

En consecuencia, Gran Torino es la muestra de grandeza de un director de cine y de un país (que por algo es un Imperio) que tienen la valentía de reflexionar y de reconstruirse, de morir y de volver a nacer. De mirarse ante el espejo.

martes, 17 de marzo de 2009

La melodía de los sueños (o la música en el cine)


No hay duda que la música forma una parte vital en toda película. Ya sea simplemente resaltando una emoción (como podría ser el caso de la música de tensión en una cinta de terror) o formando parte de la propia historia.

Es el segundo caso el mas interesante de todos. En muchas películas la banda sonora es tan poderosa que se cuela en la propia narración y deja de ser una herramienta para convertirse en parte integrante de la trama. Esto no es nada nuevo, pero queda patente en la reciente película "Valkyria". En ella la archiconocida Cabalgata de las Valquirias de Wagner sirve en parte como suceso desencadenante de una gran parte de la trama.

Otro ejemplo, mucho mas firme y menos manido (admitámoslo, la Cabalgata esta ya muy usada en el cine) es la música de la película C.R.A.Z.Y.. Aparte de la espectacular selección musical, la película narra una historia que sin tener nada que ver con la música, se liga a ella para mostrar lo que sucede. Suena más lioso de lo que es en realidad. La película cuenta la vida de un chico nacido en 1960 (el 25 de diciembre, para más señas), es decir, cuenta toda la década de los 60 y los 70, pero sin necesidad de mostrar en imágenes nada que no sea la vida de esta familia. Lo que realmente nos sitúa en la forma de vida y los usos de aquella época es la brillante banda sonora, que cuenta con canciones de David Bowie, Rolling Stones o Pink Floyd entre otros. Pero estas melodías no son anecdóticas, sino que juegan un papel importante en la trama.

Pero claro, no se puede hablar de cine sin mencionar a los grandes. Y, aquí, volvemos al principio de la entrada. A la Cabalgata de las Valquirias, que aparece en dos películas de forma muy similar. Tanto en "El Nacimiento de una Nación" como en "Apocalipsis Now" la cabalgata marca la entrada para los salvadores. Por último mencionar el caso de una película en la que se selecciona una música clásica y se le quita todos los matices y emociones anteriores, para crear con ella una escena sorprendente, pero a la vez magistral: es el caso de "La Naranja Mecánica" de Kubrick, y la famosa escena en la que suena la opertura de Guillermo Tell.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Sobre tuertitos, bizcos y miopes.



Dicen que aquellos que son tuertos en el país de los ciegos, son los reyes absolutos. Algunos comentarán que un miope puede ser consejero, un daltónico caballero encargado de la infantería o un bizquito bufón de la corte real. Sin querer hablar de hipermétropes, conjuntivados, orzuelados, presbiciados, cataratados y ambipliados. Para esta última consúltese el término ojo vago. Y es que como diría Machado, “El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve”. Por eso algo así planteó Saramago hará unos doce años, ¿Qué pasaría si en un mundo de ciegos, alguien viera todo lo que está sucediendo? ¿Qué sucedería si ese bíclope tan normal, se convirtiera, por obra y gracia de algún fenómeno extraño, en algo extraordinario? ¿Qué ocurriría si la más absoluta cotidianeidad se transformara en una reflexión a corazón abierto sobre la condición humana? Todo ello, tiene nombre y apellidos. “Ensayo sobre la ceguera”, José Saramago. Bienvenidos al reino, pasen y vean. Ciegos no pagan, tuertos: media entrada.

Nosotros, la inmensa mayoría, con respecto a esa inmensa minoría, pagaremos el peaje, para ponernos en lugar de ese Rey. Curiosamente (y no me malinterpreten) encarnado en la piel de una mujer, de cuyo nombre, no es que no quisiera acordarme, es que carece de importancia. Así lo reflejó el autor portugués en la obra. Ningún nombre. Sólo rasgos característicos tan identificativos que no es necesario saber mucho más de aquellos que intentan sobrevivir a la epidemia de “la ceguera blanca”. Una ciudad, tan anónima como el viento, contempla atónita la situación. Unas autoridades preocupadas por el contagio, agrupando a los enfermos. Dos pupilas, testigo de aquello, relatan con intensidad los sucesos y una condición humana, como motor de la obra, que precipita los acontecimientos.

Así transcurre la obra literaria, viviendo entre los márgenes de un papel. Hasta que Fernando Meirelles pensó que aquello cabría en 35mm. Y así fue. Y así es. Y así será. Al menos en las pantallas españolas. Desde su estreno en el Festival de Cannes en 2008, la película se ha ido estrenando en diversos países latinoamericanos y en el vecino peninsular. Es el momento de testar la cinta en las salas españolas. “A ciegas”, es el viaje que propone el director brasileño al interior del hipotético saramaraguiano. El estreno se hará efectivo el próximo 13 de marzo en los cines más selectos. En palabras de Meirelles: "Tengo la impresión de que A ciegas va a ir muy bien en España, como fue muy bien en Portugal, Brasil y México. Fue fatal en Estados Unidos, pero es porque creo que los países latinos entienden mejor esta película”.

¿Qué sucederá esta vez, tendrá acogida la película o pasará sin pena ni gloria?

Aún no podemos aventurar nada al respecto. No podemos asegurar el éxito o el fracaso. Pero, háganse caso de vez en cuando, y prueben a mirar, aunque sea una vez más por la ventana, si no ven nada no se apuren, alguien los estará observando


4- III- 2009
David Orea: miope consagrado.