miércoles, 22 de diciembre de 2010

martes, 13 de julio de 2010

España Campeona del Mundo


Quizás en unos dias alguno de los integrantes del desencanto realice una entrada sobre este tema o quizás no. Aun así, desde aqui, mi más sentidas felicitaciones a todos (afición incluida) por demostrar, entre todos, lo grande que puede ser este deporte.

viernes, 30 de abril de 2010

Películas



Foto: El Escritor. Extraída de http://www.aceshowbiz.com/

Escribe: Roberto.

Cualquier cosa insignificante de lo propio duele más que lo más grande de lo ajeno. Salvo algunas personas extraordinarias, los demás atendemos al telediario mientras pensamos en nuestras cosas. Eso lo sabemos todos. Esa chica, esa Oposición, ese pequeño dolor que nos asusta, nos preocupa más que la maldita situación de Oriente Próximo. Los terremotos de otros países no mueven un ápice nuestros cimientos. Lo demás sólo interesa cuando no tenemos nada mejor en qué pensar, y entonces sí, entonces nos preocupamos y atendemos, hacemos y deshacemos, suspiramos y nos lamentamos por todos esos asuntos que de tan comunes nos son lejanos. Por puro descanso, por entretenimiento.

Así son las cosas y no hay porqué culparnos. Nuestra vida es nuestra y nadie nos puede negar que destinemos los oídos al mundo pero los ojos al espejo. Aunque nada de lo humano nos deba ser ajeno, lo cierto es que preferimos tener paraguas a que deje de llover. Y así, nosotros y los nuestros formamos el tronco del maldito árbol de nuestros desvelos. Por eso se profesionaliza la solidaridad y la política, la medicina y la religión, el circo, y la prostitución. Porque hace falta vocación y casi siempre sueldo para pensar en los demás. Aunque sólo sea un ratito al día.

Aunque luego los payasos lloren, los curas pequen y las putas sueñen en secreto con un trabajo de oficina; no se puede eludir la magnitud de su existencia.

Es inconmensurable el tamaño de lo propio. Nadie puede negar que la visión de nuestra muerte aterre infinitamente más que la visión diaria de las muertes ajenas; ni que el divorcio del vecino sea una bobada que no resiste comparación con la extrañeza de no tener, esta noche, el olor de su cuello en los bordes de la almohada.

Por eso nos gustan las películas, porque se confunde lo propio con lo ajeno, porque, nos parece, al fin, que otro se ha preocupado de lo nuestro.


El escritor (Roman Polanski) - El primer acto, mientras acompañamos al tipo al centro del misterio, es prodigioso. Después se para todo un poco, pero recupera el pulso en la última parte. Está filmada con elegancia pero con firmeza y escrita con agilidad y precisión. Maravillosas localizaciones. Buena planificación. El reparto está sobresaliente, especialmente McGregor, en un personaje de gracioso antihéroe, escéptico y contemplativo, que se mueve en la inacción hasta encontrarse dentro del laberinto. Estamos, por tanto, aún con algún pequeño desliz sobre todo en la parte media de la cinta, ante una buena y sugerente película.

Un hombre soltero (Tom Ford) – Aunque habla sobre la falta de un ser querido y la soledad que conlleva, el tema principal es la belleza. Y de belleza pretende estar llena la película. Pero es una belleza vacía. La película está tan dibujada que le faltan las entrañas. Falla en lo cómico y en lo dramático. No angustia, ni emociona, ni conmueve. Además, el final, me parece ligeramente indecente.

Los hombres que miraban fijamente a las cabras (Grant Heslov) – Durante la primera hora se sigue con interés, después se desmorona sin remedio. No sabe cómo acabarse y, lo que es peor, nunca sabe si tomarse en serio a sí misma y a sus personajes. Insustancial y olvidable en todos los aspectos.

La cinta blanca (Michael Haneke) - Como ya ha dicho todo el mundo a estas alturas, La cinta blanca es una gran película. Un tipo listo este Haneke. Para que nos entretengamos, nos pone como cebo un relato con whodonit incluido y, mientras, nos retrata con dureza el silencio que antecede a toda explosión. El final de esta película lo rodó La Historia.

After (Alberto Rodríguez) - Curiosa, sorprendente, imperfecta y perturbadora película. Lo que más destaca es su negritud, su pesimismo, su desilusión; quizás, incluso, se eche de menos un poco de confianza en sus personajes. Aunque es algo torpe e irregular en ocasiones, After, es una película atrayente en su forma y cautivadora en su fondo.

Celda 211 (Daniel Monzón) - El éxito de esta película consiste en combinar la calidad con el valor industrial. Celda 211 es una película española que no renuncia al género y una película de género que no renuncia a lo español. Una película que llena salas, periódicos, arcas y vitrinas. Una película que nos sirve de palmadita en la espalda; que demuestra que nuestro cine puede encontrar a su público o nuestro público a su cine. La cinta funciona como un tiro, aunque se le pueda reprochar que en ese empeño recurra a un giro (el que tiene que ver con el personaje de Marta Etura) a todas luces forzado.

Detalles aparte, lo más destacable de Celda 211 es que aporta a nuestro universo cinematográfico algo de lo que está muy necesitado: personajes. Cuando alguien habla del cine español cita a Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar o Alex de la Iglesia, es el Director System; cuando alguien habla de Hollywood se refiere a Rambo, Vito Corleone o Tyler Durden. Ahora, nosotros, tenemos a Malamadre. Y hasta Rambo sudaría tinta china si algún día le tocase compartir celda con él. Luis Tosar ha conseguido meter a este hombre en los programas de imitaciones, en los chascarrillos del bar de la esquina, en la memoria colectiva. Los directores pertenecen al cine, son los personajes los que pertenecen a la gente.

I,m not there (Todd Haynes) - Pues no, Bob no está, y el espectador tampoco. La cinta contiene varios momentos hermosos y subyugantes pero de Dylan sólo encontramos su reflejo, multiplicado, eso sí, en varias en direcciones distintas, como esa Sala de los Espejos del Parque de Atracciones en la que entrábamos de niños. Y ya sabemos, cada mañana lo pensamos con rabia, que nadie sabe menos de nosotros que nuestro propio espejo. En vez de desnudar al personaje a través de sus diferentes encarnaciones, Todd Haynes lo arropa con las distintas caras del mito. Siempre le mira, nunca le entiende. En esencia, uno sale del cine sabiendo lo mismo de Dylan que cuando entró.

El gran problema de la película es la falta de identificación con el protagonista. Se puede pensar que esto se debe a la idea de que cada etapa de Bob Dylan la interprete un actor distinto – especialmente brillantes Cate Blanchet y Heath Ledger-, pero el problema es más profundo, es el hecho de que sólo veamos el resultado de las decisiones de Dylan pero nunca asistamos a su gestación. No hay decisión, sólo consecuencia. Qué pasaba por su cabeza sigue siendo un enigma. Se produce así un extraño fenómeno que podemos bautizar como la identificación secundaria, o más allá, la identificación figurante. Y es que nunca nos ponemos en el pellejo del protagonista, sino en el de las personas que lo redan, en el de los demás. Pero los demás no nos interesan, los demás somos nosotros. Uno no va al cine para mirar a otro, sino para descubrirse en otro; no vas al cine para preguntarte ¿qué hace este tipo?, sino ¿qué haría yo si fuera él? En I’m not there sólo nos podemos preguntar qué habríamos hecho nosotros de haber sido la otra parte; de haber sido el público que espera a su héroe Folk y se encuentra con guitarras eléctricas, o el periodista que debe enfrentarse a un mito genial y lo descubre extraño y enfermo. Y, sobre todo, qué hubiéramos hecho nosotros de haber sido la mujer de Dylan, y aquí necesito irme a otro párrafo.

La mujer de Dylan es el mejor personaje de toda la película. Por dos razones, en primer lugar porque no sólo vemos sus acciones, sino que las entendemos, nos podemos poner en su piel, podemos, por un momento, sentir la película además de observarla. Y en segundo lugar, por un nombre y un apellido: Charlotte Gainsbourg.

Si los cines cobrasen un euro adicional al precio de la entrada para ver toda película en la que aparezca esta actriz estaría totalmente justificado. Igual que los concesionarios exigen un esfuerzo extra si quieres que tu coche lleve asientos de cuero. Pocas veces se puede ver tanta expresión en una mirada, en una mueca, en unos muslos, en un estarse quieta, en una cara. En una actriz.

Up in the air (Jason Raitman) - La primera hora de la película se sigue con disfrute e interés, enganchado a sus buenos diálogos, a su cinismo, a su cadencia, a su anormalidad, tanto física y espacial como sentimental, convertida en rutina. En la segunda parte, la mordacidad da paso al buenismo, y el escrutinio preciso y sin ambages, tanto en la deriva personal como en el análisis de su entorno, al conformismo y los lugares comunes. Clooney hace de Clooney, ¿anything else? No, George, así está bien. Vera Farmiga, que ya fue lo mejor de la insoportable Infiltrados, vuelve a estar aquí realmente atractiva, sobre todo desnuda. En fin, una película menor que pierde la apuesta crucial de toda película: la que lanza consigo misma en su propósito inicial.

Shutter Island (Martin Scorsese) - Shutter Island es una película horrible. Sí, leen bien, horrible. Tiene 20 minutos de cine y dos horas de memez. La cosa no empieza mal: un tipo de los de sombrero y gabardina que vomita en el lavabo de un barco, acompañado de otro agente, se dirige a una extraña isla que alberga un psiquiátrico para enfermos mentales peligrosos. Esto – a pesar de una planificación un tanto caótica- se sigue con el gusto que provoca siempre acompañar a alguien a un lugar misterioso, con la expectativa que genera siempre un lugar en el que no se está, sino al que se va; pero, pasada la curiosidad, la película se convierte en una estúpida montaña rusa de fantasmas inverosímiles, cartón piedra e idioteces varias que no son siquiera estéticamente atractivas y que te alejan de la historia hasta que te importe un carajo lo que le pueda pasar al protagonista, interpretado con solvencia por ese gran actor que es Leonardo di Caprio. Hay que ser muy bueno para no hundirse en el océano con esta película atada al pie como esas bolsas de cemento que anudan los gángsteres a los tobillos de sus víctimas. La prueba, es que el resto del reparto no consigue sobrevivir: un desaprovechadísimo Mark Ruffalo, en un personaje desvaído, que lo único que hace durante toda la cinta es mirar como si sospechase y decir «jefe»; un Ben Kingsley en su enésimo papel extraño e irritante y un Max von Sydow que roza la parodia como jefe del psiquiátrico.

El final, con un flashback que no vamos a desvelar, recupera un poco el pulso, ya que se olvida de pretensiones oníricas y se centra en narrar un suceso. Pero la dureza con la que se muestra me resulta injustificable. Si anteriormente a ese momento hubiésemos asistido a una película oscura y profunda en su sordidez, vale; pero que después de dos horas de fantasmitas nos muestren aquello con esa frialdad me pareció irritante e imperdonable.

La película me hizo rememorar – por su propósito perturbador y por tener también un final de los llamados cómo-no-me-había-dado-cuenta- «El corazón del ángel», dirigida por Alan Parker y con Mickey Rourke como protagonista. Pero aquella era – y sigue siendo- una película sobria y emocionante, con el tono adecuado, que sabe lo que enseñar y cómo enseñarlo y lo que esconder y cómo esconderlo. Lo contrario a Shutter Island, que se parece más a cualquier obra menor, sin más miras que las comerciales, que pasan por los cines con más pena que gloria; de hecho, me recordó a 1408, una película reciente sobre apariciones fantasmales en un hotel, con John Cusack y Samuel L. Jackson. Aunque, entre las dos se aprecia una diferencia básica: en 1408, todos, los que la hicieron y los que la vimos éramos conscientes de su estupidez; mientras que Shutter Island confía en la nuestra para no darnos cuenta de la suya.

Lo mejor de Shutter Island es la corta aparición de esa gran actriz llamada Emily Mortimer – que también aparece en una película que tenía pendiente y que vi hace poco, la original y fallida Lars y una chica de verdad, que, curiosamente, también comparte con Shutter Island a Patricia Clarkson-, cuando ella aparece se llena de luz la pantalla. Pero es, tan sólo, una cerilla fugaz en la oscuridad general de una película mediocre.

Mejor será borrar de la memoria las dos últimas películas de Martin y conformarnos con volver a ver Toro Salvaje, Taxi Driver o, sobre todo, esa maravillosa, perturbadora y violenta película llamada La edad de la inocencia.

Avatar (James Cameron) - Es absurdo decir que han inventado los garbanzos, pero tampoco se puede negar que les haya salido un buen cocido. Avatar es una película de 2 horas y media que se te hace corta, lo cual ya es mucho, quizás lo único que importe. Podemos decir que siendo lo que es, está muy bien; pero qué pena que no haya podido o querido ser otra cosa. Si fuese una película mejor escrita, menos superficial y previsible, no tan manida, pasaría de ser un gran entretenimiento a una verdadera obra maestra. Su historia mete en la Turbomix a Rambo, Alien, Pocahontas, Bailando con lobos, La guerra de las galaxias… y así, fusilando cada una de estas perlas, engarza un collar apreciable y efectivo, pero que no deja de tener, irremediablemente, cierto aroma a sucedáneo.

Para muestra ver de nuevo El último mohicano, de Michael Mann - de la que, directamente, copia varias escenas-, una obra maestra en la que todo es de verdad: la emoción, el dolor, el amor, la tolerancia, la violencia, el cine.

Incluso lo que podríamos considerar la parte más novedosa y original, la posibilidad de vivir otra vida a través del control de otro cuerpo, está sacada de una novela de Poul Anderson, Call me Joe, «protagonizada por un parapléjico conectado telepáticamente a un álter ego sintético que se mueve y lucha sobre la superficie de Júpiter» (Información extraída de un artículo de Jordi Costa en Cahiers du Cinema – España).

La película sufre de algo realmente curioso, funciona mucho mejor lo increíble que lo creíble. Te crees más a los bichos azules de 2 metros y medio que a los humanos. Sobre todo a los dos malos, que de tan caricaturescos e infantiles llegan a irritar. Nadie tan tonto puede ser tan malo. Por pura incapacidad.

En el 3D no me detengo porque, de momento, no le concedo más valor que el de la anécdota. La profundidad en una película todavía tiene más que ver con un buen personaje que con una buena cámara. Como escribió Javier Ocaña en El País, las revoluciones en el cine nacen de los artistas, no de los técnicos.

En resumen, Avatar es una película divertida, puro cine de aventuras del que disfrutar cuando las luces se apagan, realizado atendiendo, uno a uno, a los mandamientos necesarios para hacer una película comercial, para niños y mayores, de calidad; pero olvida en el camino aspectos fundamentales para llegar a la verdadera emoción y profundidad que nos brinda el gran cine, ya sea de aventuras o no.

Eso sí, si algo nos enseña esta película es que nosotros también tenemos un aparato capaz de hacernos vivir otras vidas. Se llama Cine. Esa máquina maravillosa.

lunes, 29 de marzo de 2010

Feliz 1942


Hacia tiempo que no me pasaba por el blog para dejar una entrada, y tampoco voy a justificarme ahora con falsas excusas. Pero lo curioso del asunto es que no ha sido una película lo que me ha hecho volver a las calurosas aguas del desencanto, sino una serie de televisión, la nueva genialidad de HBO: The Pacific.


Éramos muchos los fanáticos de Hermanos de Sangre que esperaban con ansia esta nueva entrega, y creo que ninguno se ha podido sentir decepcionado por lo que se esta viendo en la pantalla. The Pacific se trata de “la segunda parte” de Hermanos de Sangre, y pongo segunda parte entre comillas por que no lo es realmente. Solo tiene en común la temática de guerra, pero al contar con el mismo tandem en la producción Steven Spielberg y Tom Hanks y estar bajo el sello HBO, se la considera su sucesora.


Esta vez nos embarcamos en la conquista del pacífico, los estados unidos contra el imperio japonés. Quizás ya no veamos los escenarios y las batallas que más conocíamos y que se mostraron en la primera entrega (sobre la reconquista de Europa), pero The Pacific nos mostrara la otra cara de la moneda, lo que ocurría al otro lado del mundo mientras los británicos intentaban aguantar como podían escondidos dentro de los túneles de metro.


Con el primer capitulo podemos ver que se conserva el estilo, al comienzo del capitulo un grupo de veteranos cuenta como lo vivieron en sus carnes. Esos cuatro o cinco minutos de documental dan una importantísima veracidad a lo que luego se desarrolla en la ficción. En los dos primeros episodios seguimos a los integrantes de un batallón de marines hacia la batalla de Guadalcanal, en las puertas de Australia. El planteamiento escenico es simplemente impecable, en el segundo episodio somos testigos de un furioso asalto japones a una zona defendida por los americanos en plena noche. Uno de los aspectos que más me gusta de esta serie es que no muestra la guerra como nos tienen acostumbrados en las típicas peliculas americanas, sino que nos muestra todo el sufrimiento y la mierda por la que pasaron los soldados.


Quizás no deja de ser una serie sobre sucesos que ya sabemos como van a terminar, pero personalmente me parece una de las mejores opciones para ver en la televisión. Y, aunque solamente se hallan emitido los dos primeros capítulos, la serie promete y mucho.



martes, 9 de febrero de 2010

La carretera, El secreto de Anthony Zimmer y Zombies Party



Sé que llego tarde. Días, semanas o incluso meses de retraso. Llevaba tiempo sin ver cine. Lo sé, lo sé. No merezco indulgencia. Pero bueno, las películas tienen esas cosas que al final terminan por volverte a atrapar. He aquí un ejemplo del pasado fin de semana. Llevaba tiempo sin pararme unos segundos a recapacitar hacía dónde estaba dirigiendo mi vida (La que tiene que ver con el séptimo arte) no las demás que son muchas y complicadas de digerir y explicar. Retomando el tema, llevaba tiempo sin pararme dos horas (7.200 segundos para plantearse muchas cosas) y ponerme una película. Daba igual si era de Indios, vaqueros, chinos o marcianos... sólo que pensaran por ti un poquito más de la cuenta. Tampoco es mucho pedir después de todo.

Para todo ello hemos de golpear al calendario hasta el pasado lunes 1 de febrero. Andaba yo en mi hogar terminado de hacer unos trabajos de los que no me siento excesivamente orgulloso y puse la televisión de la que aún menos orgulloso me hallo. Y voilà como dirían los vecinos francófonos que de mucho tiene que ver esto de lo que estoy hablando. "El secreto de Anthony Zimmer" se revela ante mí. Un tren que vuela sobre sus raíles, Sophie Marceau y el tipo más afortunado del mundo1 o Yvan Attal que así se llama en la vida real. Un ingenioso y trabajado diálogo y ya tienes una película a la que no tienes intención de soltar. Pero al final... te tienes que marchar a hacer lo que tienes que hacer. Quedó ahí el film. Y no pude ver los créditos finales. Esto empezaba a prometer.

Desde aquella hasta el viernes no tuve más contacto con el mundo ese del que les hablamos aquí.

Viernes: 5 de febrero. 18:04. Tu nariz abandona el edificio y aletea buscando el aire de la calle. ¿A qué huele? ¿A libertad? no, a condicional bajo fianza... Llamada al móvil y ya tienes plan. Cine a las 22:45. Tu apéndice nasal lo tiene claro: "esta noche no disfrutaré del aroma de la caña de azucar". Y no se equivocó: noche sin ron. Tocaba andar "la carretera". Me habían atrapado por segunda vez y de esta no salía...

Dos horas después deshice el camino. Si aún no han ido a ver "The road" es recomendable que no sigan leyendo estas líneas. Si la han visto y les ha gustado, es recomendable que acudan a su médico de cabecera. No quiero ser excesivamente duro con la película porque tampoco creo que merezca ser defenestrada. Vamos por partes:

- Producción: Impresionante. un trabajo de localización excelente y una muy cuidada utilización de los efectos artificiales (Últimamente parece que todo tiene que volar por los aires y aquí, al menos, no pasa eso.)

- Iluminación y fotografía: sobresaliente en este aspecto ya que trata de manera soberbia la luz y los encuadres de lugares devastados, cosa que ayuda mucho en este tipo de cine post-apocalíptico.

- Realización: correcto el director John Hillcoat. Yo no leí el libro pero según conocidos que leyeron la obra de McCarthy ganadora del Pulitzer, el director consigue plasmar la historia de manera fiel.

- Elenco: Maravillosa actuación de Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee el joven que acompaña a su padre durante toda la cinta, bastante bien. Charlize Theron lamentablemente aparece muy pocos minutos pero es el leitmotiv de la historia. También aparece de manera aún más breve Robert Duvall.

¿Y cómo es que después de que todos los aspectos importantes de la película son más que notables el resultado global tiende a la mediocridad? Muy sencillo. Yo creo en otros Apocalipsis.

Al día siguiente y ya en casa. Enciendo el ordenador y encuentro que ya está disponible "El secreto de Anthony Zimmer" en mi ordenador. Decido verla. Y retomar lo que el lunes no acabé. Ojalá me hubiese quedado en ese tren... Lo demás... créanme, sobra. Entretenida, sí, no lo niego, pero nada más. Si tienen 90 minutos, vean un partido de fútbol. O el remake que están rodando en estos momentos con Tom Cruise en el papel de Anthony Zimmer... upss, lo siento... ¿Acaso no era evidente?

Ya por la noche, el sábado, uno se ducha y ve las cosas de otra forma. Y casualmente se vuelve a topar con el cine en la televisión mientras un secador inunda con su "suave" susurro la habitación. "Zombies Party".

Creo que todo esto bien merece un punto y aparte. Y aquí estamos. Mientras el secador sigue con su monótono cantar, la película va fluyendo y un gag aflora. Humor inglés. Importación de la buena. Comedía. Terror. Romance. Zombies. ¿Qué más pediría Victor Camargo? El secador deja de sonar pero nada me mueve del sofá y quiero más. El minutero sigue contando e hipnotizado no dejo de mirar a la pantalla. Me ha atrapado definitivamente. Me ha divertido. Me ha aterrorizado. Me he enamorado. ¿Qué más pediría cualquiera? Un lunes menos gris...

1Véase a Sophie Marceau y comprenderá de lo que estoy hablando.

David Orea
09-II-2010

Qué de pelis...

domingo, 31 de enero de 2010

... Y Dios creó a Guti



Foto: As.com
Escribe: Roberto

«El tacón de Dios», «Tacón de oro», «El mejor pase de la historia». Hoy todos lo dicen, hoy todos alaban al Señor -al Señor Gutiérrez, claro- rendidos ante una evidencia de 14 años culminada en apenas tres segundos, los que distinguen a los grandes de los gigantes, a los jugadores de las leyendas, a Guti del resto.

Lo de ayer fue sólo el milagro definitivo de una fe mantenida, como todas las creencias verdaderas, aún con más fuerza cuando todos pretenden quemar la Iglesia en la que aguardan sus devotos. A Guti no le han negado tres veces, sino trescientas. Y lo seguirán haciendo. Pero cada vez quedan menos posibles argumentos para negar tan imposibles milagros.

Es cierto que ha sido en parte carpintero de su propia cruz. Como dice Andrés Calamaro en una canción, un Cristo que eligió su propio clavo. Si hubiese tenido el carácter de Raúl o hubiese tardado menos en madurar, Guti habría dejado de ser Guti, tan atractivo para los que necesitamos de mitos, pero habría marcado una época, entrando en el olimpo de los más grandes que ha dado este deporte. Aún así, a pesar de sus puntuales errores y sus impuntuales llegadas de estrella del rock and gol, se le han apuntado delitos jamás cometidos, como al típico sospechoso habitual al que siempre acusan en la rueda de reconocimiento.

Le han tachado de irregular, pero es que Guti sube a tan altas cimas que el rasero al que se enfrenta su juicio no es de este mundo; como un saltador de pértiga cuyo éxito en el salto siguiente se mide siempre por la altura de su salto anterior. Si antes decían que tenía un partido malo cuando no daba dos asistencias perfectas, ahora le exigirán que, como mínimo, las dé de espaldas.

Más allá de la tontería y mercantilismo del periodismo deportivo, dispuesto a matarte o a resucitarte según le convenga, y de las banales etiquetas de rebelde, de imprevisible, de Curro Romero; lo único cierto es que Guti pasará a la historia como uno de los mejores jugadores del Real Madrid y, por tanto, del fútbol mundial.

El canterano es uno de los diez jugadores que más partidos ha disputado con la camiseta blanca; lleva 14 años en el club, no sólo jugando, sino siendo imprescindible. A Guti se le deben las dos últimas Ligas conseguidas con Capello y Schuster, en las que ha dado varias lecciones de fútbol contra el Barcelona, contra el Sevilla, contra el Atlético. También fue crucial cuando tuvo que jugar de delantero y anotó 18 goles. Así como ha marcado también en cuartos de final de Copa de Europa contra el Bayern, en la Copa Intercontinental o en la final de la Supercopa de Europa.

Durante toda su carrera Guti siempre ha acabado siendo insustituible, a pesar de que trajeran al equipo a los mejores jugadores del mundo. Precisamente, si en algo han coincidido todos ellos, Zinedine Zidane, Ronaldo, Beckham, Cristiano, Kaká, es en señalarle a él cuando les preguntaron por el mejor jugador de la plantilla.

Si los miembros de la fe católica tienen la Biblia para rememorar cómo el agua se convirtió en vino o cómo se multiplicaron los panes y los peces; nosotros, fieles del gutismo, tenemos el youtube para revivir una y otra vez cómo lo imposible fue posible gracias a los prodigios de José María Gutiérrez, Guti.

Aquí dejo su último milagro hasta el momento.

Capítulo Riazor, versículo 14.

Podéis ir en paz.

viernes, 1 de enero de 2010

Arrebato


Escribe: Roberto

No hace mucho que vi Arrebato. Una de esas películas a las que te acercas porque encontraste un mapa y soñaste un tesoro. Una película extraña y legendaria. Hace un par de días ha muerto su director, Iván Zulueta, considerado el "director maldito" de nuestro cine. Uno de esos nombres que suenan a ficción, a heroína, a literatura, a leyenda.

En los diferentes periódicos nacionales podéis encontrar varios artículos a raíz de su fallecimiento (de Pedro Almodóvar, Alex de la Iglesia...). Yo, por mí parte, os dejo uno publicado en El País el 8 de Mayo de 2005, a propósito de una exposición de fotografías de Zulueta en la Casa Encendida.

Este texto, publicado en el libro de Ray Loriga Días aún más extraños, fue el mapa que utilicé yo para llegar a Zulueta, para llegar a Arrebato. Espero que a vosotros también os sirva para soñar un tesoro.

RAY LORIGA
Zulueta


Se reunían una sola vez y por un único motivo, se llamaban a sí mismos arrebatados. Cada vez que se exhibía Arrebato de Iván Zulueta, algo que no sucedía con frecuencia, aparecían desde las sombras de sus propias vidas, para encontrarse en el hall de un cine de segunda. Los conocí a todos una noche de domingo en el Príncipe Pío, de esto hace ya casi 20 años, y me parecieron vampiros inofensivos. Vampiros que no iban a beber más sangre que la suya. Eran otros tiempos y yo era otra persona. Tenía un solo amigo, José Márquez, que me había iniciado en los misterios de Arrebato, mucho antes de ver la película. La anticipación es tan necesaria para la construcción de una leyenda como la mala memoria.

Arrebato era, antes de haberla visto siquiera, el pedazo de celuloide más importante de mi juventud,y ya se sabe que no hay momento en la vida más dado a la importancia. Por supuesto, todo era una pose y por supuesto, todo era condenadamente real al mismo tiempo. Recitábamos los diálogos de memoria, mirábamos los cromos en albumes imaginarios, pasábamos los dedos por las orlas y el tiempo se detenía en un lugar impreciso de la infancia. Bebíamos mucho, dormíamos poco. No sabíamos, ni queríamos saber, nada de la movida, para nosotros, en aquellos días, Iván Zulueta era la única persona en este país en la que se podía confiar. Corríamos por los tejados, cruzábamos la Castellana con los ojos cerrados, queríamos morir jóvenes, pero Dios cuida de los tontos

Los arrebatados no tenían mucho que ver unos con otros, seguramente todos tenían trabajos, mujeres, maridos y amigos distintos, pero de cuando en cuando, coincidían en un cine para no ser más que arrebatados.

Llegamos pronto, con las luces de la sala aún encendidas y vi como mi amigo saludaba al resto de los espectadores como si se tratase de viejos camaradas. Debía ser el 86 o el 87, y todo el mundo llevaba gafas oscuras.

Arrebato no era una película de culto, era la Película y el Culto. No se parecía a nada, estaba hecha de otra cosa. Le daba nombre a algo que no sabíamos que llevábamos dentro. Nuestro amor al cine, sí, pero también algo más. El miedo, el fracaso, la euforia, el tiempo, maleable pero al fin inquebrantable. La muerte. Una película en blanco y negro, que alguna vez fue en color, y otras certezas inexplicables.

Iván Zulueta rodó Arrebato en 1979, y después el silencio. Párpados en el 89, para la televisión y miles o cientos de miles de polaroids, imágenes sin atar, sin domar, imágenes que aun no han muerto, como las que pueden verse estos días en la Casa Encendida. Nada más. La pausa. Y mientras tanto...

Mientras tanto la pregunta que me hice aquella noche al ver Arrebato por vez primera, nunca dejó de incordiarme: ¿Quién es Iván Zulueta y por qué?

Contaba el gran Antonio Gasset que en la sala de montaje, Zulueta reclamaba con frecuencia imágenes que no había rodado. También lloraba el campanero de Tarkowski al escuchar el sonido de su campana, como lloraba Willmore. Como lloramos todos. ¿Quién es Iván Zulueta y por qué? ¿Por qué tanto y por qué tan poco? Según me voy haciendo viejo, la respuesta parece más clara y por tanto, más temible. Zulueta ha pagado el precio de su precoz lucidez. Para seguir en esto, y ni siquiera se muy bien qué es esto, hay que arrastrar un engaño insoportable. La campana no suena, las mejores imágenes no se han rodado, el Madrid no va a ganar la liga, Dios no existe.

La lucidez de Zulueta sigue siendo una amenaza para quienes vivimos de nuestra fértil estupidez. Pero es una amenaza amiga y no puedo sino darle las gracias.

El cine Príncipe Pío ya no existe, muchos amigos ya no están, guardo una copia de Arrebato en video betamax como si fuera un tesoro, un tesoro que ya no puede abrirse. La vida sigue, mientras tanto.

Pasó Zulueta por Madrid con su sorprendente buen aspecto habitual, como un fantasma saludable, con un millón de películas en la cabeza y nada en las manos. Elegante como sólo las leyendas pueden serlo.

Muchas cosas han cambiado y apenas reconozco nada de aquellos años como mío, quien cree que su pasado le pertenece se engaña, pero Arrebato sigue en pie. Tan extraña y tan familiar como entonces.

Corríamos por los tejados, cruzábamos la Castellana con los ojos cerrados, queríamos morir jóvenes, pero como Dios cuida de los tontos, aquí estamos.

PD: Imperdonablemente no hablamos en su momento por aquí de la muerte de otro legendario de nuestro cine, Paul Naschy. Próximamente intentaremos enmendar el error.

Espero que el 2010 sea un año realmente bonito, seguro que sí, por lo menos suena bien. Yo por mí parte ya tengo soñado el tesoro y, esta vez, nos toca a nosotros dibujar el mapa. Confiemos en que Ray tenga razón con eso de que Dios cuida de los tontos.

¡Feliz año a todos!