viernes, 30 de abril de 2010

Películas



Foto: El Escritor. Extraída de http://www.aceshowbiz.com/

Escribe: Roberto.

Cualquier cosa insignificante de lo propio duele más que lo más grande de lo ajeno. Salvo algunas personas extraordinarias, los demás atendemos al telediario mientras pensamos en nuestras cosas. Eso lo sabemos todos. Esa chica, esa Oposición, ese pequeño dolor que nos asusta, nos preocupa más que la maldita situación de Oriente Próximo. Los terremotos de otros países no mueven un ápice nuestros cimientos. Lo demás sólo interesa cuando no tenemos nada mejor en qué pensar, y entonces sí, entonces nos preocupamos y atendemos, hacemos y deshacemos, suspiramos y nos lamentamos por todos esos asuntos que de tan comunes nos son lejanos. Por puro descanso, por entretenimiento.

Así son las cosas y no hay porqué culparnos. Nuestra vida es nuestra y nadie nos puede negar que destinemos los oídos al mundo pero los ojos al espejo. Aunque nada de lo humano nos deba ser ajeno, lo cierto es que preferimos tener paraguas a que deje de llover. Y así, nosotros y los nuestros formamos el tronco del maldito árbol de nuestros desvelos. Por eso se profesionaliza la solidaridad y la política, la medicina y la religión, el circo, y la prostitución. Porque hace falta vocación y casi siempre sueldo para pensar en los demás. Aunque sólo sea un ratito al día.

Aunque luego los payasos lloren, los curas pequen y las putas sueñen en secreto con un trabajo de oficina; no se puede eludir la magnitud de su existencia.

Es inconmensurable el tamaño de lo propio. Nadie puede negar que la visión de nuestra muerte aterre infinitamente más que la visión diaria de las muertes ajenas; ni que el divorcio del vecino sea una bobada que no resiste comparación con la extrañeza de no tener, esta noche, el olor de su cuello en los bordes de la almohada.

Por eso nos gustan las películas, porque se confunde lo propio con lo ajeno, porque, nos parece, al fin, que otro se ha preocupado de lo nuestro.


El escritor (Roman Polanski) - El primer acto, mientras acompañamos al tipo al centro del misterio, es prodigioso. Después se para todo un poco, pero recupera el pulso en la última parte. Está filmada con elegancia pero con firmeza y escrita con agilidad y precisión. Maravillosas localizaciones. Buena planificación. El reparto está sobresaliente, especialmente McGregor, en un personaje de gracioso antihéroe, escéptico y contemplativo, que se mueve en la inacción hasta encontrarse dentro del laberinto. Estamos, por tanto, aún con algún pequeño desliz sobre todo en la parte media de la cinta, ante una buena y sugerente película.

Un hombre soltero (Tom Ford) – Aunque habla sobre la falta de un ser querido y la soledad que conlleva, el tema principal es la belleza. Y de belleza pretende estar llena la película. Pero es una belleza vacía. La película está tan dibujada que le faltan las entrañas. Falla en lo cómico y en lo dramático. No angustia, ni emociona, ni conmueve. Además, el final, me parece ligeramente indecente.

Los hombres que miraban fijamente a las cabras (Grant Heslov) – Durante la primera hora se sigue con interés, después se desmorona sin remedio. No sabe cómo acabarse y, lo que es peor, nunca sabe si tomarse en serio a sí misma y a sus personajes. Insustancial y olvidable en todos los aspectos.

La cinta blanca (Michael Haneke) - Como ya ha dicho todo el mundo a estas alturas, La cinta blanca es una gran película. Un tipo listo este Haneke. Para que nos entretengamos, nos pone como cebo un relato con whodonit incluido y, mientras, nos retrata con dureza el silencio que antecede a toda explosión. El final de esta película lo rodó La Historia.

After (Alberto Rodríguez) - Curiosa, sorprendente, imperfecta y perturbadora película. Lo que más destaca es su negritud, su pesimismo, su desilusión; quizás, incluso, se eche de menos un poco de confianza en sus personajes. Aunque es algo torpe e irregular en ocasiones, After, es una película atrayente en su forma y cautivadora en su fondo.

Celda 211 (Daniel Monzón) - El éxito de esta película consiste en combinar la calidad con el valor industrial. Celda 211 es una película española que no renuncia al género y una película de género que no renuncia a lo español. Una película que llena salas, periódicos, arcas y vitrinas. Una película que nos sirve de palmadita en la espalda; que demuestra que nuestro cine puede encontrar a su público o nuestro público a su cine. La cinta funciona como un tiro, aunque se le pueda reprochar que en ese empeño recurra a un giro (el que tiene que ver con el personaje de Marta Etura) a todas luces forzado.

Detalles aparte, lo más destacable de Celda 211 es que aporta a nuestro universo cinematográfico algo de lo que está muy necesitado: personajes. Cuando alguien habla del cine español cita a Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar o Alex de la Iglesia, es el Director System; cuando alguien habla de Hollywood se refiere a Rambo, Vito Corleone o Tyler Durden. Ahora, nosotros, tenemos a Malamadre. Y hasta Rambo sudaría tinta china si algún día le tocase compartir celda con él. Luis Tosar ha conseguido meter a este hombre en los programas de imitaciones, en los chascarrillos del bar de la esquina, en la memoria colectiva. Los directores pertenecen al cine, son los personajes los que pertenecen a la gente.

I,m not there (Todd Haynes) - Pues no, Bob no está, y el espectador tampoco. La cinta contiene varios momentos hermosos y subyugantes pero de Dylan sólo encontramos su reflejo, multiplicado, eso sí, en varias en direcciones distintas, como esa Sala de los Espejos del Parque de Atracciones en la que entrábamos de niños. Y ya sabemos, cada mañana lo pensamos con rabia, que nadie sabe menos de nosotros que nuestro propio espejo. En vez de desnudar al personaje a través de sus diferentes encarnaciones, Todd Haynes lo arropa con las distintas caras del mito. Siempre le mira, nunca le entiende. En esencia, uno sale del cine sabiendo lo mismo de Dylan que cuando entró.

El gran problema de la película es la falta de identificación con el protagonista. Se puede pensar que esto se debe a la idea de que cada etapa de Bob Dylan la interprete un actor distinto – especialmente brillantes Cate Blanchet y Heath Ledger-, pero el problema es más profundo, es el hecho de que sólo veamos el resultado de las decisiones de Dylan pero nunca asistamos a su gestación. No hay decisión, sólo consecuencia. Qué pasaba por su cabeza sigue siendo un enigma. Se produce así un extraño fenómeno que podemos bautizar como la identificación secundaria, o más allá, la identificación figurante. Y es que nunca nos ponemos en el pellejo del protagonista, sino en el de las personas que lo redan, en el de los demás. Pero los demás no nos interesan, los demás somos nosotros. Uno no va al cine para mirar a otro, sino para descubrirse en otro; no vas al cine para preguntarte ¿qué hace este tipo?, sino ¿qué haría yo si fuera él? En I’m not there sólo nos podemos preguntar qué habríamos hecho nosotros de haber sido la otra parte; de haber sido el público que espera a su héroe Folk y se encuentra con guitarras eléctricas, o el periodista que debe enfrentarse a un mito genial y lo descubre extraño y enfermo. Y, sobre todo, qué hubiéramos hecho nosotros de haber sido la mujer de Dylan, y aquí necesito irme a otro párrafo.

La mujer de Dylan es el mejor personaje de toda la película. Por dos razones, en primer lugar porque no sólo vemos sus acciones, sino que las entendemos, nos podemos poner en su piel, podemos, por un momento, sentir la película además de observarla. Y en segundo lugar, por un nombre y un apellido: Charlotte Gainsbourg.

Si los cines cobrasen un euro adicional al precio de la entrada para ver toda película en la que aparezca esta actriz estaría totalmente justificado. Igual que los concesionarios exigen un esfuerzo extra si quieres que tu coche lleve asientos de cuero. Pocas veces se puede ver tanta expresión en una mirada, en una mueca, en unos muslos, en un estarse quieta, en una cara. En una actriz.

Up in the air (Jason Raitman) - La primera hora de la película se sigue con disfrute e interés, enganchado a sus buenos diálogos, a su cinismo, a su cadencia, a su anormalidad, tanto física y espacial como sentimental, convertida en rutina. En la segunda parte, la mordacidad da paso al buenismo, y el escrutinio preciso y sin ambages, tanto en la deriva personal como en el análisis de su entorno, al conformismo y los lugares comunes. Clooney hace de Clooney, ¿anything else? No, George, así está bien. Vera Farmiga, que ya fue lo mejor de la insoportable Infiltrados, vuelve a estar aquí realmente atractiva, sobre todo desnuda. En fin, una película menor que pierde la apuesta crucial de toda película: la que lanza consigo misma en su propósito inicial.

Shutter Island (Martin Scorsese) - Shutter Island es una película horrible. Sí, leen bien, horrible. Tiene 20 minutos de cine y dos horas de memez. La cosa no empieza mal: un tipo de los de sombrero y gabardina que vomita en el lavabo de un barco, acompañado de otro agente, se dirige a una extraña isla que alberga un psiquiátrico para enfermos mentales peligrosos. Esto – a pesar de una planificación un tanto caótica- se sigue con el gusto que provoca siempre acompañar a alguien a un lugar misterioso, con la expectativa que genera siempre un lugar en el que no se está, sino al que se va; pero, pasada la curiosidad, la película se convierte en una estúpida montaña rusa de fantasmas inverosímiles, cartón piedra e idioteces varias que no son siquiera estéticamente atractivas y que te alejan de la historia hasta que te importe un carajo lo que le pueda pasar al protagonista, interpretado con solvencia por ese gran actor que es Leonardo di Caprio. Hay que ser muy bueno para no hundirse en el océano con esta película atada al pie como esas bolsas de cemento que anudan los gángsteres a los tobillos de sus víctimas. La prueba, es que el resto del reparto no consigue sobrevivir: un desaprovechadísimo Mark Ruffalo, en un personaje desvaído, que lo único que hace durante toda la cinta es mirar como si sospechase y decir «jefe»; un Ben Kingsley en su enésimo papel extraño e irritante y un Max von Sydow que roza la parodia como jefe del psiquiátrico.

El final, con un flashback que no vamos a desvelar, recupera un poco el pulso, ya que se olvida de pretensiones oníricas y se centra en narrar un suceso. Pero la dureza con la que se muestra me resulta injustificable. Si anteriormente a ese momento hubiésemos asistido a una película oscura y profunda en su sordidez, vale; pero que después de dos horas de fantasmitas nos muestren aquello con esa frialdad me pareció irritante e imperdonable.

La película me hizo rememorar – por su propósito perturbador y por tener también un final de los llamados cómo-no-me-había-dado-cuenta- «El corazón del ángel», dirigida por Alan Parker y con Mickey Rourke como protagonista. Pero aquella era – y sigue siendo- una película sobria y emocionante, con el tono adecuado, que sabe lo que enseñar y cómo enseñarlo y lo que esconder y cómo esconderlo. Lo contrario a Shutter Island, que se parece más a cualquier obra menor, sin más miras que las comerciales, que pasan por los cines con más pena que gloria; de hecho, me recordó a 1408, una película reciente sobre apariciones fantasmales en un hotel, con John Cusack y Samuel L. Jackson. Aunque, entre las dos se aprecia una diferencia básica: en 1408, todos, los que la hicieron y los que la vimos éramos conscientes de su estupidez; mientras que Shutter Island confía en la nuestra para no darnos cuenta de la suya.

Lo mejor de Shutter Island es la corta aparición de esa gran actriz llamada Emily Mortimer – que también aparece en una película que tenía pendiente y que vi hace poco, la original y fallida Lars y una chica de verdad, que, curiosamente, también comparte con Shutter Island a Patricia Clarkson-, cuando ella aparece se llena de luz la pantalla. Pero es, tan sólo, una cerilla fugaz en la oscuridad general de una película mediocre.

Mejor será borrar de la memoria las dos últimas películas de Martin y conformarnos con volver a ver Toro Salvaje, Taxi Driver o, sobre todo, esa maravillosa, perturbadora y violenta película llamada La edad de la inocencia.

Avatar (James Cameron) - Es absurdo decir que han inventado los garbanzos, pero tampoco se puede negar que les haya salido un buen cocido. Avatar es una película de 2 horas y media que se te hace corta, lo cual ya es mucho, quizás lo único que importe. Podemos decir que siendo lo que es, está muy bien; pero qué pena que no haya podido o querido ser otra cosa. Si fuese una película mejor escrita, menos superficial y previsible, no tan manida, pasaría de ser un gran entretenimiento a una verdadera obra maestra. Su historia mete en la Turbomix a Rambo, Alien, Pocahontas, Bailando con lobos, La guerra de las galaxias… y así, fusilando cada una de estas perlas, engarza un collar apreciable y efectivo, pero que no deja de tener, irremediablemente, cierto aroma a sucedáneo.

Para muestra ver de nuevo El último mohicano, de Michael Mann - de la que, directamente, copia varias escenas-, una obra maestra en la que todo es de verdad: la emoción, el dolor, el amor, la tolerancia, la violencia, el cine.

Incluso lo que podríamos considerar la parte más novedosa y original, la posibilidad de vivir otra vida a través del control de otro cuerpo, está sacada de una novela de Poul Anderson, Call me Joe, «protagonizada por un parapléjico conectado telepáticamente a un álter ego sintético que se mueve y lucha sobre la superficie de Júpiter» (Información extraída de un artículo de Jordi Costa en Cahiers du Cinema – España).

La película sufre de algo realmente curioso, funciona mucho mejor lo increíble que lo creíble. Te crees más a los bichos azules de 2 metros y medio que a los humanos. Sobre todo a los dos malos, que de tan caricaturescos e infantiles llegan a irritar. Nadie tan tonto puede ser tan malo. Por pura incapacidad.

En el 3D no me detengo porque, de momento, no le concedo más valor que el de la anécdota. La profundidad en una película todavía tiene más que ver con un buen personaje que con una buena cámara. Como escribió Javier Ocaña en El País, las revoluciones en el cine nacen de los artistas, no de los técnicos.

En resumen, Avatar es una película divertida, puro cine de aventuras del que disfrutar cuando las luces se apagan, realizado atendiendo, uno a uno, a los mandamientos necesarios para hacer una película comercial, para niños y mayores, de calidad; pero olvida en el camino aspectos fundamentales para llegar a la verdadera emoción y profundidad que nos brinda el gran cine, ya sea de aventuras o no.

Eso sí, si algo nos enseña esta película es que nosotros también tenemos un aparato capaz de hacernos vivir otras vidas. Se llama Cine. Esa máquina maravillosa.

6 comentarios:

Jandro dijo...

"si algo nos enseña esta película es que nosotros también tenemos un aparato capaz de hacernos vivir otras vidas. Se llama Cine. Esa máquina maravillosa."

Hasta que lllegue algun cerebrito de sala y decida implantar el argumento via mensaje (para el que no lo sepa, quieren implantar un sisitema en el cual a mitad de la pelicula al espectador se le da la opcion para, con un mensaje de texto, decidir que camino tomara la pelicula). El dia que esto ocurra, el cine se llevara un balazo en el pecho. Y si triunfa, el cine ya no sera nunca mas Cine.

Desencantado dijo...

Bueno, supongo que la Industria hará sus cosas y el Cine las suyas...

Por cierto, cuando he visto tu comentario creía que qu iba a atrevrte a defender Shutter Island...

Rober.

jandro dijo...

sabes que no, aunque tiene momentos muy buenos (los 10 primeros y los 20 ultimos...). De todas formas no se que pasa ultimamente que no encuentro ninguna pelicula que me llame la atencion. (aun me queda el escritor)

Unknown dijo...

Buen repaso. He tomado apuntes.
Saludos!!

Doacon dijo...

Impecable en la pluma, como siempre Mr. Maiztegui. He de decir que comparto crítica con casi todo lo que dices. Pero me parece que Lars y una chica de verdad merecía al menos un párrafo. A mi me hizo pensar en la masturbación.

Un saludo amigos.

Desencantado dijo...

Tienes razón, seguramente Lars... mereciera un parrafillo, aunque bien es cierto que no es difícil hacerte pensar en la masturbación... Es broma, merece la pena la película, el principio es cojonudo.

Saludos e-milucho, si no sabes cual ver (y aún no la has visto) te recomiendo Two Lovers. Maravillosa. A ver si escribo algo sobre ella y lo pongo por aquí.

Un beso a todos.