miércoles, 25 de marzo de 2009

Una de marcianos



Cuando Philip. K. Dick. Escribió “sueñan los androides con ovejas eléctricas” o lo que no es lo mismo pero sigue siendo igual “Do Androids Dream of Electric Sheep?” Y lo que no dejó de ser distinto a todo lo demás, se convirtió en “Blade Runner”, abrió y cerró una de las páginas más memorables de la literatura de ciencia ficción. Así como una de las cintas más importantes del cine moderno. De la mano de Ridley Scott, toda esta ciencia se convirtió en ficción y toda esa ficción, se convirtió en una ciencia demasiado exacta como para no ser verdad. Dicho lo cual, volvamos al futuro viniendo del pasado. Comencemos en 1968, donde se creó la novela, basada en Los Ángeles de 1992. Para volver al 1982, en la misma Los Ángeles, esta vez, real, donde se estrena Blade Runner, basada en la ciudad que ya hemos mencionado, pero en el ficticio 2021. Y ahora, después de todo esto, sólo les recuerdo que 2009 sigue entre nosotros. ¿Ha cambiado algo desde aquello? Lo dudo. Las cabriolas, dirían algunos, no te sacarán del camino, sólo te harán tropezar y las hojas del calendario no saben de esperar. Así que, año arriba, año abajo, poco importa. Como tampoco importa, que varias generaciones le regalaran dos horas de su vida a una cinta de 35mm, a un video beta, a un VHS, a un Laser Disc o a un DVD. Una película, que con más de dieciocho años, aún no se ha ido de casa.

Pero hagamos un esfuerzo. Larguémonos del hogar. Y empecemos por el comienzo. Rick Deckar. Un Blade Runner retirado del servicio. Un policía de la vieja escuela que se ocupaba de sacar de la circulación a los androides que se revelaban contra la autoridad, más conocidos éstos, por replicantes. En un futuro incierto donde la tecnología genética evoluciona hacia los intereses humanos, el mundo se ve sumido en la necesidad de crear autómatas que se ocupen de los trabajos más pesados. Una generación de replicantes al servicio del hombre, facilitando así, una vida más tranquila y alejada de los trabajos forzados. La encargada de todos éstos procesos de fabricación es la Tyrell Corporation. Donde el propio Tyrell es el Dios de los androides.

Hasta aquí todo está claro. El mundo conocido ha cambiado, pero la condición humana continúa constante como viene siendo habitual desde el principio de los tiempos. Las máquinas como tales, son programadas para diversas funciones. Pero siempre han de vivir fieles y sumisas. Es en este momento cuando varios androides de la resistencia, toman conciencia de su propia vida. De su propia existencia. De su origen. Funciones, virtudes, defectos y manías impropias del género tan inverosímil hasta el momento al que pertenecían. Roy Batty, en opinión de un servidor, uno de los mejores villanos del cine, incia esa búsqueda vital tan antagónica a la mecánica y a los circuitos cerrados. Junto a sus compañeros, otro replicantes, que sólo buscan escapar de sus cadenas que irremisiblemente los unen a los humanos.

Teniendo ya el tablero de ajedrez, la ciudad de los Ángeles, las piezas blancas, nuestro Blade Runner y las fichas negras, Roy Batty y compañía, y un jaque sobre la mesa a blancas, en forma de asesinato a un miembro de la policía, sólo queda esperar el próximo turno. Bien podía haberse escogido otra denominación de colores para ámbas partes de la partida, si se me permite la redundancia, pero ¿acaso cambiaría en algo? Rey es Rey, y poco importa el color de su bandera. Y el nuestro, porque no nos dejan escoger, permanece impasible junto a sus dos torres.

Muy en la línea del cine negro y la acción, todo se resume en peones y caballos, alfiles y torres, rodeando el tablero, fuera de esos límites esperando una nueva jugada. Y a pocos turnos del jaque mate que termina con todo. Una dama, también replicante, acerca las posturas. Rick Deckar ya no lo tiene tan claro. Se ha enamorado de un enemigo feroz. Pero las guerras son imprevisibles. El Nexus-6, no es replicante sencillo. Hay sentimientos y esperanzas y las limitaciones de vida a cuatro años no parecen suficientes. Los recuerdos insertados, las vivencias de la infancia, los dolores y desasosiegos pasados, conforman algo hasta ahora poco común más allá del génesis humano. Huir o quedarse. Matar a la propia sangre quizás no sea tan buena idea aunque algunos lo llamen “retiro”. No quisiera yo fastidiarles el final que hace tantos años hizo iluminar una sala de cine mostrando las caras de un público atónito.

No dejen de proyectarse este clásico. No lo olviden. Siempre hay una carretera asfaltada aunque todos los vehículos vuelen. Y sino, aparece un ser extraño y te dice todo lo que no quieres oír pero necesitas saber: "Lástima que ella no pueda vivir, pero ¿quién vive?"

25 – III - 2009

David Orea: desde el espacio interior.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Enorme clásico. Este post me recuerda que quiero volver a verla.
Por cierto, ¿me recomiendas el libro? ¿lo has leído?

roberto dijo...

Buen post, Deivid.

Y gran peli. Pero sabéis, (a modo de curiosidad y no de crítica por supuesto), que detalle se les escapó? ... ¡El teléfono móvil! Mucho choche volando pero ni un puto teléfono...y cuando se hizo la peli ya había teléfonos en los coches y tal...

Por cierto, la observación se la escuché al maestro Garci, yo no había caído en la cuenta. Como dice él, en un futuro las películas podrás ver de qué año son dependiendo de si aparecen o no teléfonos móviles...

Anónimo dijo...

Por supuesto e-milucho. El libro es muy recomendable y más completo que la película. Pero la visión de Ridley no tiene precio.

En cuanto a los teléfonos móviles... Sólo han hecho más cortas las distancias insalvables y más tristes a los carteros.

Un abrazo.