martes, 18 de agosto de 2009

Trastorno bipolar (2)


Escribe: Roberto

Hola a todos, ya que soy el único que se ha quedado de guardia por Madrid, me permito adelantar a Jandro (al que le tocaba escribir y que espero tenga un hueco pronto) y volver a ser yo el que ponga algo por aquí. Y lo hago con unas cuantas líneas de relato-reflexión claramente inspiradas en la literatura de Ray Loriga. Pero bueno, como él mismo dice: "en este oficio hay que elegir con mucho cuidado a quien se plagia".

Ahí va:

Trastorno Bipolar (2)



Llevo toda la tarde escuchando canciones de amor. Ayer, con mis amigos, sólo hablé de amor. Cuando me acuesto y, al no poder dormir, sólo pienso en amor. Maldito sea el dichoso invento que persiste y se pega a la piel por dentro como una garrapata. Al carajo lo mandaba yo sin pensarlo ni un instante, que se vaya adónde le venga en gana y me deje a mí tranquilo.

Y vuelve a sonar otra canción y vuelvo a hablar de lo mismo. Me nubla la vista y me anula el olfato o, mejor dicho, me lo devuelve trastornado. Huelo la desgracia en sus fronteras y, sin embargo, me apresuro a sus trincheras como los soldados en las guerras, llevados más por las banderas que por verdaderas convicciones propias.

Ay, maldito seas tú y tus absurdas estrategias, tus planes que sólo tienen sentido en tu cabeza. Hasta el más tonto y bruto del portal sabe que en estas batallas, la victoria es cosa de dos. Y yo, tan alterado que ando por culpa del amor, me creo capaz de latir por dos corazones. Como si de tanto amar me fuesen a amar a mí. Como si de tanto amor que tengo dentro lo pudiera transportar a otras arterias y otras venas. Como si con mi amor pudiera revivir el amor ajeno, que, por desgracia y a pesar de mi insistencia, ya no me es propio. Aunque lo haya sido.

Y otra noche más a volver a casa derrotado, a no poder dormir y, en vez de desistir, dibujar planos imaginarios, jugadas que, a pesar de la experiencia y de la más que comprobada probabilidad de su derrota las creo, por un instante y para siempre, incapaces de fallar.

Qué lata que me está dando el amor. A veces, cuando me ducho, abro todo lo que puedo el grifo y me acerco la ducha a la piel lo más posible, a ver si se me resbala el amor y se va por el maldito desagüe. Cuando salgo desnudo hacia la cama creo que por fin se ha ido hasta que, sin saber cómo, lo intuyo agazapado en mi pecho y me pongo otra vez con la misma cantinela.

Con esto del amor no hay quien pueda.

¿Pero qué podría hacer yo sin él? ¿Qué iba a ser de mí? Me quedaría mudo y sordo y ciego y tonto. Pues sólo hablo de amor y sólo escucho sus sonidos y sólo veo sus luces de feria y sólo pienso en eso y nada más que en eso. Igual que los helicópteros necesitan la densidad del aire para arrastrarlo con sus hélices, yo necesito que el amor lo cubra todo para pisar en tierra firme.

Y dichoso yo y mi bendito amor y pobres de aquellos y aquellas que en vez de darlo todo por amor se limitan tan sólo a recibirlo, a aceptarlo o rechazarlo como si fueran gerentes de un puerto del que deciden a qué barco permitir el amarre y a cuál no, sin atender a la heroicidad de sus travesías ni a los méritos de sus tripulantes.

Sed misericordiosos con ellos porque ellos no tienen la culpa, pues así es su naturaleza; y pensad por un momento en la magnitud de su desgracia. Que cuando les dejen de dar amor se quedarán sin nada y nosotros nos iremos con nuestro amor a otra parte, buscando nuevos y mejores marcos para los retratos de nuestras obsesiones. O volveremos quizás a la misma persona, y el mismo corazón y la misma sangre, pero ya se habrán dado cuenta de que nosotros y nuestro dichoso amor, tan pesado y tan tonto que es el tío, haremos lo que nuestras propias locuras nos dicten y seremos dueños de nuestros propios errores y los más satisfechos en nuestras victorias.

Que nadie se engañe, es más fácil perseguir que ser perseguido, es más sencillo limitarte a seguir una sombra que decidir tú mismo los pasos a dar. Por eso, no les odiéis, pues son ellos los que tiran los dados mientras nosotros nos limitamos a mover las fichas. Y ellos son los que, en el riesgo que conlleva la valentía de sus movimientos, algún día pueden volver la cabeza y ya no vernos.

Que nosotros ya estaremos a otra guerra, o mejor dicho, a la misma guerra pero en otros frentes, que nuestro amor es nuestro y no queremos otra cosa.

Y no olvidéis nuestra ventaja y su faena: el amor que ellos reciben depende de nosotros y, el que damos nosotros, también.

Están en nuestras manos.