jueves, 23 de abril de 2009

Lost In Translation - V.O.S ó S.O.S


Todo comienza por el principio. Todo sucede, fluye, recorre, anda, camina, siente y sueña desde el punto de partida. Un taxi. A media noche. Una ciudad: Tokio. Un ciudadano americano en mitad de un circo desconocido, colorido, mecánico, poblado de hombres y mujeres, millones de costumbres, ajenas al protagonista, ajenas a occidente.

En el nido de rascacielos, en una de sus alturas, la más elevada, un hombre, está sentado sobre una cama en la que duda caber, vistiendo un extraño kimono verde y aislando sus pies de una fría moqueta con dos estúpidas babuchas blancas. Bob Harris, esa estrella del cine americano, acaba de aterrizar en Japón.

A sólo un par de muros de allí, Charlotte, una recien licenciada en filosofía, comparte las noches con su marido fotógrafo, del cual poco hay que destacar, salvo su profesionalidad detrás del obejtivo y su desastrosa manera de tratar todo lo demás.

Dos maneras. Dos mundos. Dos seres diferentes. Un ascensor y una barra de un bar. Cuatro whiskys y un gin tonic, diez cigarrillos, la ironía, el desconocimiento, la soledad y el inmsomnio unirán a estos antagonistas de ellos mismos. El maduro con alma de joven, la joven muchos años mayor de lo que pensaba, confluirán, vivirán, codo con codo, a muchas millas de cualquier cosa conocida.

Plano sobre plano, la directora, plasma magistralmente los momentos que envuelven esta relación tan atípica, producto de la raigambre tan alejada de los protagonistas. Buscando la verdad en todo lo desconocían.

Momentos de narración fílmica irrepetibles. Planos cargados de la nada en la que sucede todo. La vida pasa por el objetivo de Coppola, fugaz e irreparablemente con la nostalgía de estar viviendo en un sueño pasajero. Todo sucede tan léntamente deprisa que a uno no le da tiempo a despedirse de la persona que creía ser antes de visionar la película y saludar a la que se ha convertido cuando se baja el telón.

Cuando todo parece volver al principio, cuando el mismo coche abandona la jungla de cristal y el gris color de los anuncios publicitarios de las primeras horas del día, donde el neón deja de tener sentido, uno se da cuenta que ha dormido más de lo habitual, que en lo mejor del sueño, cuando a punto ha estado de comprender lo que tenían que decirle, se diluye y el negro de los créditos nos transporta de nuevo al punto de partida. Donde todo sucede. Todo fluye, recorre, anda, camina, siente y sueña.

David Orea
Lost in Madrid

miércoles, 15 de abril de 2009

Hotel Chevalier



Escribe: Roberto (en el día mundial de la mujer).

“La gente no madura, sólo pierde impulso”, decía Carlito Brigante en la película de Brian de Palma. Y de pronto uno crece y se da cuenta de que es verdad y de que nos cansamos y de que en estos días ya no queda impulso para nada.

Es evidente que el cine es un invento hecho por y para idiotas. Para todos aquellos imbéciles que estamos tan incómodos en la vida que pagamos lo que sea porque nos hagan otra. Para idiotas cobardes, sobre todo. Porque los idiotas valientes cogerán su jodido impulso y harán algo en su propia vida mientras los cobardes nos metemos en un cine.

Todos somos replicantes buscando un unicornio en la pantalla para que acto seguido pueda estar ya en nuestra memoria. Todos somos ciudades antiguas que necesitamos que llueva por tener una excusa para mirar arriba. Pero fuera de la sala ya nos hemos caído de demasiados caballos blancos y ya nos hemos mojado demasiadas veces.

Da igual las cartas que nos toquen que, como Eddie “Fast” Nelson en “El Buscavidas”, vamos a hacer lo imposible por perder la partida.

Volviendo una y otra vez a Montauk para, al final, regresar solos a casa cuando empieza a anochecer.

Parados en movimiento como los hermanos del “Darjeeling Limited”.

Encerrados para siempre en una habitación del Hotel Chevalier.


PD: Me quiero ir a Cuenca.

PD2: Qué mal juega el Madrid...